PUEBLO DE DIOS
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   Jesús no rompió con el Pueblo de Israel, que era el elegido por Dios desde los tiempos de Abraham. Pero reconoció que había llegado el momento de superar la Ley antigua de Moisés y de sustituirla por otra nueva, que sería la Ley del amor. Dijo él mismo a la Samaritana de Sicar: "Creían, mujer; ni en este monte (Garizim) ni en Jerusalén se va a adorar a Dios, sino en todo lugar en espíritu y en verdad." (Jn. 4. 21). Sabía y afirmaba que había llegado una Nueva Alianza, que sería la fundada en su propia sangre y no en la Ley de Moisés.
   Comprendía y explicaba a sus seguidores que la Iglesia que ellos iniciaban no quedaba atada a las normas de las Sinagoga judía. El culto que esa Iglesia celebraría no se reduciría a las ofrendas del Templo, ni su sacrificio sería el de animales o el de limosnas para el soste­nimiento de la vieja casa de Dios.
   Su acción de Fundador de la Iglesia era como una llamada a la nueva esperanza, como nueva vida que brotaba en sus palabras y en sus acciones. Y proclamaba que la Iglesia que El iniciaba tendría su fun­damento y su fortaleza en el Espíritu Santo que pronto llegaría. El mismo prometía continuamente enviarlo a la tierra.
   Por eso sería una Iglesia que duraría hasta el final de los tiempos. Estaría destinada a extenderse por toda la tierra. Su universalidad en el tiempo y en el espacio sería lo más significativo de la esa Comunidad o Iglesia. Agruparía a todos sus seguidores hasta su llegada a la Patria eterna, a la que están destinados todos los hombres.

   1. Grupo de discípulos

   Jesús no se presentó como un hom­bre solitario y misterioso. No apareció como un mago que hace milagros para entretener. Se declaró hombre perfecto y enviado de Dios. Por eso no vivió alejado de los hombres, sino en medio de ellos.
   Se presentó como el miembro excelente de una familia de trabajadores. Su madre era María y su padre legal era José, el artesano. Sus enseñanzas eran transparentes y se proclamaban ante todas las gentes. De manera especial eran dirigidas a los pobres y a los necesitados de comprensión. Quiso confirmar sus enseñanzas con signos prodigiosos y deslumbrantes.
   El hacia los milagros no como prodigios sino como signos para la gente que quería aceptar su mensaje. Proponía sus signos como reforzamiento de fe: "Si no me creéis a Mí, creed a mis obras. Ellas dan testimonio de Mí." (Jn. 10. 32-37). El los hacía ante quienes tenían fe en su poder de enviado divino. El mismo tuvo la conciencia de que era el anunciado por los Profetas y lo dijo con claridad a sus seguidores. Incluso aceptó su muerte en la cruz, pues así había sido la voluntad divina y así había sido predicha.
   Jesús además se declaró como el Hijo de Dios. Esta fue su gran revelación, su gran misterio. Su confesión ante los judíos fue lo que le llevó a la cruz, por haber blasfemado, como dijo Caifás, el Pontífice.
   El Salvador de los hombres, Jesús, murió para salvarnos a todos los hombres. Pero resucitó por su poder divino al tercer día de su muerte.
   Cuando dio testimonio de todo esto y llegó la hora de la partida hacia el Padre, todavía quiso Jesús hacer otras cosas. Determinó dejar tras de sí una Iglesia, una Comunidad de seguidores, que le ayudaran a continuar en la tierra el anuncio de la salvación universal hasta el final de los tiempos.

    2. Pueblo fiel a Jesús

   Que la Iglesia es un pueblo vivo quiere decir que está presente en este mundo y está compuesta de hombres vivos y reales. Por lo tanto crece, lucha, sufre, es perseguida, triunfa, fracasa, disminuye y vuelve a desarrollarse, si en un lugar ha sufrido las consecuencias de una persecución o de una crisis.
   Jesús la presentó siempre como una Comunidad viva, hecha de personas vivas y caminantes en este mundo. La metáfora más familiar y cariñosa que El empleó fue la del rebaño, cuyo Pastor bueno era El mismo.
    "Yo soy el buen pastor. Como el Padre me conoce así conozco yo al Padre y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí y yo doy mi vida por mis ovejas... Y tengo también otras ovejas que no son de este aprisco. A éstas también debo atraerlas para que se familiaricen con mi voz y así llegue el momento en que no haya más que un solo rebaño bajo un solo Pastor. Por eso el Padre me ama, porque entrego mi vida, aunque la recuperaré de nuevo." (Jn 10. 14-17)
   Sin Jesús como Pastor, la Iglesia no tiene fuerza, no tiene sentido, no puede significar nada en el mundo. Y sin la misericordia para con la ovejas que se pierden, el pastor se transforma en un mercenario que huye cuando viene el lobo, pues le interesa el rebaño ni conoce a cada oveja.

   2.1. Figura de pueblo

   Decir que la Iglesia es nuevo Pueblo de Dios es decir que reemplaza, en los planes de Dios, al viejo Pueblo de Israel. El Pueblo de Israel había sido elegido para que en él naciera el Salvador. Cumplió con su misión. Luego es pueblo no quiso aceptar que Jesús venía a salvar a todo el mundo, no sólo a los israelitas.
   Dios se eligió otro Pueblo. Fue un pueblo abierto al mundo, por encima de las fronteras y de las razas, más allá de las culturas y de los idiomas.
   La Iglesia es un Pueblo fundado en el amor, como el Pueblo de Israel lo había sido en la Ley dada por Dios en el monte Sinaí a Moisés.
   Es un Pueblo que se abre a todos los hombres, pues la salvación que Jesús trajo está destinada a todas las naciones y a todos los tiempos. El Pueblo de Israel se reducía a los descendientes de Abrahán y en él no tenían cabida los gentiles.
   La Iglesia que Jesús quería y quiere es otra cosa. Es un Pueblo en donde la gracia y la fe, hacen a sus miembros hermanos a los ojos de Dios, que espera de ellos respuesta.
   En el Pueblo de Israel se era miembro por haber nacido en él, sin más. En la Iglesia se es miembro por la gracia de Dios, por la libre aceptación, por el signo del Bautismo.
   El amor, la gracia, la universalidad, la fe, la fidelidad a Dios son los rasgos de este Pueblo santo, que es la Iglesia.



 

  2.2. Pueblo de Dios nuevo

   La Iglesia es algo de este mundo y de este tiempo. La Iglesia es comunidad de cristianos. De manera misteriosa, pero real, Jesús está en medio de sus seguidores.
   El mismo prometió su presencia. Por eso hay que mirar a la Iglesia con ojos de fe y de amor: como familia de personas que se aman, como misterio en el que se cree.
   Pero también tenemos que contemplarla como realidad de este mundo. Por eso buscamos, como el mismo Jesús buscó, comparaciones, nombres y figuras para dar la idea de lo que en realidad es la Iglesia.
  Los cristianos se han sentido siempre los seguidores de Jesús. Han hecho lo posible por meditar y por cumplir las consignas de los buenos discípulos.
  Algunas de estas características nos pueden hacer pensar.
   - Los seguidores de Jesús están cerca de El por la doctrina, por las obras buenas, por la confianza en Dios y por el afecto de su corazón.
  - Cumplen sus consignas y hacen posible que el Reino de Dios, es decir el triunfo del bien, domine en el mundo.
  - Sirven a los hombres con su palabra y con sus ejemplos, lo mismo que hizo Jesús.
  - Se agrupan para lograr en común lo que en solitario apenas podrían conseguir.
  - Responden con ello a la voluntad del Padre de todos los hombres, el cual quiso una comunidad para los seguidores de su Hijo divino.

  

 

 

   

 

 

3. Comunidad fraterna

   También resaltamos que la Iglesia es una Comunidad. Pero, decir Comunidad es decir algo más íntimo y más profundo que decir equipo, grupo, sociedad o conjunto. En un grupo o equipo cada individuo se "asocia" a los demás. En la Comunidad se "une". La distancia entre "juntar" y "unir" es algo más hondo y condicio­nante de la vida. 
   La unión es más perfecta y más comprometedora para quienes la reali­zan. Suponen una especie de fusión y de compenetración.
   Los miembros de un cuerpo no están agrupados o juntos, sino que están unidos. Por eso preferimos la metáfora del cuerpo para expre­sar la idea de Comunidad.
   Pero mirando a la Iglesia desde fuera, la vemos también como Edificio, como familia, como Pueblo. Preferimos entenderla como una "Comunidad de comunidades". Dado su carácter general o universal, en ella entran las otras comunidades más pequeñas e individuales: las familias, las parroquias, los grupos de cristianos, las asociaciones religiosas y apostólicas, los movimientos, etc.

   3.1. Ser pueblo unido

   Ser Pueblo de Dios es ser grupo que mira al futuro y que siente el deseo de servir a los demás por la simple razón de que son amados por Dios.
   Cuando hablamos de la Iglesia, hemos de evitar quedarnos en ideas generales y superficiales, sin descender a los números y a los hechos concretos. “¿Cuántos somos los católicos en el mundo actual? ¿Cómo van creciendo los pueblos en los años actuales y cómo crecerán en los próximos años? ¿Cómo va a aumentar o disminuir el número de los cristianos y de los católicos en el mundo que se nos viene en los años venideros? La Iglesia Cristiana, tanto los que nos llamamos católicos como los demás seguidores de Jesús, formamos en el mundo un grupo inmenso de creyentes.
   En ese grupo los hay más fieles a sus deberes y otros más superficiales o indiferentes. Hay unos que son firmes como columnas y otros son frágiles como cañas. Pero todos son Iglesia y precisan la vida y la fuerza del mismo tronco y del a misma raíz.
   Todo grupo numeroso, para no disgregarse, precisa animación, orden, vehículos de comunicación y multitud de ayudas para mantenerse en la orientación que Jesús deseó.

   3.2. Triple ideal de vida

   El deseo de la Iglesia fue siempre el conservar la unidad entre la multiplicidad de creyentes y la variedad de razas, culturas y lenguas. Este ideal se manifestó en la primera Comunidad de Jesús, fue evidente en el grupo de los primeros cristianos en los primeros tiempos y se prolongó sin variación alguna hasta nuestros días.
   La triple labor presidió la tarea de Jesús y se prolongó en la comunidad, en la Iglesia, que dejó iniciada a su partida.
   La santificación de los fieles, fue la primera consigna de Jesús y de la Iglesia: "Sed perfectos, como vuestro Padre del cielo es perfecto" (Mt. 5. 48)
   La perfección en los cristianos ya no se centra en el cumplimiento de la ley, sino en la vinculación con la doctrina del Señor Jesús. Esa es la santidad: Sant. 12. 2; Col. 4.12; Ef. 6. 13;  2 Cor. 7. 1.
   La fe es la otra dimensión de los se­guidores. Si es verdadera, se centra en la Persona y en la misión del Señor Jesús. Es la vida de su Palabra divina: Jn. 11. 26; Jn. 20. 29; Mc. 16. 11. "El que cree en mí será el que tenga la vida eterna." (Jn. 11. 26; Jn. 3. 15; Jn. 6.40)
   Además Jesús establece una autoridad en la Iglesia y quiere que todos se some­tan a ella. "Quien a vosotros escucha a Mí me escucha". (Lc. 10. 16). El gobierno que ejerce la autoridad de la Iglesia se diferencia esencialmente del mando ejercido en las sociedades humanas. Es animación y orientación, no imposición o coac­ción.
   En todo lo que se refiere al orden de la comunidad, al ejercicio de la caridad, a la conservación de la fe y a la interpretación del mensaje, la autoridad no sólo posee el poder, sino el deber de ofrecer su palabra orientadora y condicionar la conciencia de los seguidores de Jesús a seguirla por ser reflejo y transmisión de la misma Pala­bra de Dios.
   Por eso la Iglesia no es un pueblo al estilo mundano, aunque se halle en este mundo. En ella es el amor fraterno el que da consistencia, no las normas sabias que gobiernas al grupos y man­tienen las relaciones.

 

4. Sacramento ante el mundo

   Jesús quiso que sus discípulos ofrecieran el Testimonio de su vida ante los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares.
   La Iglesia o comuni­dad de los creyentes, se convierte así en "sacramento", en signo sensible de Jesús. Los hombres de buena voluntad descubren a Jesús a través de la vida de sus seguidores y se acercan al Señor por el modo que tienen de vivirlo quienes se llaman públicamente discípulos de Cristo.
   En la tierra existen otros muchos adoradores del Dios Supremo de la tierra y del cielo: judíos, mahometanos, budistas, brahamanes, etc. Cada grupo de adoradores mira a Dios a su manera. Pero la verdad sobre Dios no puede estar por igual en tan diversas formas de entenderla. Jesús es quien ha traído la definitiva.
   El quiere su verdad, única e incuestio­nable; que alumbre a todos los hombres de buena voluntad a través de la vida de sus seguidores, y no por medio de interminables dialécticas o proselitismos.
   La misma Iglesia ha entendido siempre así su razón de ser y lo ha procla­mado ante todos sus miembros. Se sabe segui­dora de Jesús. Y al mismo tiempo se define como el Nuevo Pueblo que camina hacia la Patria eterna en seguimiento de su Señor.
   En el Concilio Vaticano II la Iglesia reflexionaba así: "Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un Pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente.
   Por ello eligió al Pueblo de Israel, como pueblo suyo y pactó una Alianza con él...
   Pero esto fue sólo una preparación y una figura de la Alianza nueva y perfec­ta que había de pactarse en Cristo Jesús y de la revelación que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho car­ne".  (Lumen Gentium 9)
   Por eso la Iglesia se siente heredera del mismo Pueblo de Israel y nunca ha rechazado el valor de las promesas que Dios hizo a los antiguos Patriarcas y a los Profetas que envió a aquel pueblo. Al llegar el Señor Jesús, la Alian­za se abrió a todos los pueblos y a todos los hombres. Entonces el Pueblo de Dios se hizo universal, es decir católico. Se hizo santo, uno, lleno de amor y vivo en su fe.
   Entonces la Iglesia se hizo Patria de todos los hombres: de unos por estar ya en ella desde el Bautismo; de los otros por ofrecerles la invitación a unirse a los designios salvadores de Jesús.